Antonio recordó su discusión el día anterior a su partida a Nueva York: ella le había abordado con aquellas dudas. A eso podían dedicarse los otros, Münster y Reinhart y Rooth, mientras él disfrutaba bajo las palmeras de Brisbane…. Suurna se sentó y pellizcó nervioso las bien planchadas rayas del pantalón. Luxemburgo - 22 jun 1995 - 18:00 EDT. Me voy a dormir -dijo Elena tras unos incómodos minutos. – Hola, Alberto. Si no, irá usted a Greifen o a Majorna. Fumar se había vuelto casi una costumbre. -preguntó aterrorizada-. ¿Qué diablos pinta él en todo esto? Así que nada de precipitarse. Es don Manuel Flores, el jefe de la Policía. – Regina, ¿por qué mi madre nunca quiso saber de mí? No pienso marcharme hasta saber qué te ha ocurrido. Lo dejó en la mesa entre los dos. Ella siempre tuvo empeño en vivir allí, y ahora Antonio lo veía claro: era el único sitio donde podrían verse con libertad sin ser descubiertos. Se volvió hacia la pared. Ella no conocía la suerte que había corrido su familia y por esa razón había aparecido en la hacienda con la intención de encontrarse con ellos por primera vez. No se sentía atraída por él… O al menos eso deseaba creer… Además, la idea de escapar de allí seguía rondándole la cabeza, aunque con menos fuerza. Él maltrató a mi madre, y por su culpa no pudo vivir conmigo; después mi hermano sufrió su tiranía… Ahora solo falto yo… Somos una familia maldita, destinada a desaparecer. -preguntó desconcertado-. – Siéntese, por favor -dijo Elena, emocionada-. Convertirse en director, sencillamente. Empezaba a profesar un especial afecto por su carcelero y la animadversión hacia él se diluía en un confuso deseo de agradarle. Pero todo cambiaría al regreso. – Caen era su terapeuta. Elena notó que las manos del ama de llaves se crispaban, los ojos se abrían de forma exagerada y su cuerpo comenzaba a temblar. – Vuelve usted a mentir. «La muerte de Andrés Cifuentes a manos de su hermano le vino como anillo al dedo…» ¿A quién se refería? No quería despertarte, estás tan linda cuando duermes… -dijo amable-. Elena trató de separarse, pero él se lanzó sobre ella lleno de ira y ciñó con rabia sus brazos. Pero ya he cogido la habitación y prefiero dormir donde tengo el cepillo de dientes. Tengo un médico que puede escribir un certificado ahora, esta mañana. – ¿Estás… segura de que no le conociste el año pasado? – Unos días antes de su muerte le confió a una colega… que tenía miedo de que ocurriera algo. Pues no soy nadie. – Klempje, en lo que a mujeres embarazadas se refiere, tú eres un mozalbete inexperto. – Ha sido un placer. ¿Cómo es posible que no le hayan visto? Había mencionado en voz alta el nombre de Agustín. – El señor Melero acaba de llegar, don Antonio. Ella nunca tuvo criados, y en su interior reprobaba el comportamiento arrogante de Antonio hacia ellos. Pero me figuro que hablo a oídos sordos. Tampoco quería privar al padre de estar, por lo menos, presente cuando las células del cerebro empezaran a fallar. ¡No era José Peralta! Los vi en un coche a la hora del almuerzo. – ¿Cómo estás, Elena? – Compruebe la fecha del sobre, verá que es del mes de abril. Le dejó solo. La piedra había acertado de lleno y la empleada seguía inmóvil con la mirada desencajada. ¿Acaso creía que podía engañarla? Un bonito nombre para una hermosa mujer, pensó. -probó de nuevo, y esta vez la voz le salió algo mejor. ¿A qué ha venido a mi casa? Él dice que fue ella la que le ligó y no al contrario, y debe de ser verdad… en todo caso esa mujer no podía darle ni una mínima parte de lo que recibía de Eva… Dios sabe lo que le ronda la cabeza cuando se trata de sexo y de mujeres, Münster. Ella sacó un paquete de su cartera. Ya puede marcharse, esto es asunto mío. – ¿Vas a arrojar de su casa a tu ex mujer? Le ruego que disculpe a mis hombres; estaban tan extrañados como yo por su aparición. Intuía en sus silencios una sombra de misterio, una deliberada intención de ocultar algún secreto. Muchas gracias. ¡Ni una puta letra! Bella apenas picoteaba las cosas alegando que . Antonio quería darlo todo en aquella primera vez, jamás ninguna mujer le había provocado aquella ansiedad, jamás había sufrido aquel estremecimiento, aquel efecto devastador que le hizo perder la voluntad y entregarse con desconocido entusiasmo. El amo la destrozó… ¡Jamás odié con tanta intensidad…! – Sí, en estos días he tenido que resolver personalmente algunos problemas. – He recordado algunas cosas… -explicó al fin. Él dirigió su mirada hacia ella y permaneció callado. Habían transcurrido cuatro días y Antonio no daba señales de vida. – Elena -dijo arrodillándose frente a ella-, ojalá pudiera compensarte por todos los errores, por todas las injusticias que se cometieron…. – Dejemos a los muertos en paz -dijo abriendo la puerta para salir. -gritó, y consiguió encajar un buen rodillazo entre las piernas de Joensuu. Meses antes de morir, su abuela le habló por primera vez de la familia mexicana, a pesar de que su verdadera madre había impuesto la condición al entregarle a Elena de que jamás debían referir ningún detalle sobre ellos: la niña no debía regresar nunca a aquel lugar ni conocer las penosas condiciones en las que ellos todavía seguían viviendo. Tenía que levantarse a las siete, estar en su puesto en la tienda a las ocho y media… como de costumbre. Una puta asquerosa, igual que Liz. Fue una de esas raras casualidades en la que he pensado mucho después. ¿No fue suficiente tu venganza? – Sí, creo que lo éramos… aunque quizá no del todo. No tenía del todo claro lo que quería decir cuando lo había dicho… sus ojos eran demasiado grandes y serios… y aquello no quedaba mal… y además, ¿dónde se decía que el pensamiento tiene que llegar necesariamente antes que la expresión? Elena regresó a su estancia con paso inseguro. Te considero una persona inteligente y sensata. – ¿Cuándo se separó de su anterior esposa? -Esbozó una sonrisa forzada-. Era naturalmente por la maldita cama del hotel. ¡Ahí tienes todas tus joyas! El abogado se inclinó hacia atrás. Sé que fuiste tú quien lo preparó todo. – Quizá porque no podía contar la verdad a su mujer… -respondió Antonio elevando una ceja con sonrisa maliciosa. – Me parece que es una pregunta bastante estúpida. Estaba satisfecha porque había conocido al fin los pasajes oscuros de su infancia y sabía a ciencia cierta quién era su verdadero padre y las circunstancias que rodearon la separación familiar. Se sentó en la penumbra y pidió una cerveza. Tal vez fuera verdad. – Pero la Samex no es tan potente para afrontar este contrato -insistió. Por la tarde se acostó en el sofá a oír más Bach. ¡Haga el favor de enseñarme su tarjeta de identidad! La próxima salida era Malbork… 1.000 metros, leyó en el letrero. – No me gusta que me mientan y usted lo ha hecho -le dijo suspirando profundamente-. ¿Has entendido? Todo al mismo tiempo. – No, estaba entreabierta y escuché voces dentro. Todos la habían abandonado. Tenía que entrar en una ciudad lo más pronto posible… fabricarse un disfraz de alguna manera. No era éste un concepto al que le complaciera tener que enfrentarse. – No, don Antonio se marchó esta mañana temprano a la ciudad. Antonio trataba de hallar algún resquicio de verdad en sus palabras. Se sentó cuidadosamente en el borde del escritorio. – ¿Desea que traiga el café ahora, señor director? – Espero que este país no estimule tus malos sueños. Me crié entre comunistas. El resfriado de Rüger no había mejorado nada. – Está descansando. Y lo único que faltaría sería encontrar al actor principal del drama. Si firmas estos documentos no tendrás que dar explicaciones ante las autoridades españolas… y tu amigo no volverá a preocuparse por ti. – ¿Y está al tanto de los… lazos de sangre de los Cifuentes con… los González? La mujer que le abrió tenía una enorme cantidad de pelo rojo y parecía que iba a dar a luz de un momento a otro. – ¿Qué quiere de mí? ¿Tienes algo que contarme esta vez? Fabricaba sillas de montar con excelentes repujados en cuero. Giró con violencia el volante y se salió bruscamente de la calzada, logrando detener el coche antes de estrellarlo contra un gran árbol. Nunca lo rescataría de la oscuridad. Era de ella de quien se trataba. Al fin estaba sola; jamás habría imaginado vivir una experiencia como aquella, pero al recordar las amenazas de aquel tipo de enviar a sus hombres para satisfacer su venganza sintió que un violento temblor la sacudía profundamente. – Lo siento, Elena, pero no puedo cambiar lo que ha ocurrido. – Ahora va a comer, no volverá a conmoverme con sus desmayos. – Excelente -dijo sorprendido-. Miró por la ventana. – El señor la espera en el despacho. – Yo tampoco -dijo Van Veeteren-. Pero todo se aceleró al quedarse sola en casa. – No. – Desde luego que no. – Los niños necesitan a su familia cerca. – ¿Te preocupa mi salud? dossier. Él iba a recogerla directamente después del trabajo. Yo quiero saber por qué riñeron. – No es agradable pasear mientras varios pares de ojos vigilan tu espalda. – Déjalo ya, no puedes entenderlo. – ¿Qué dijo exactamente? ¿Y aquel olor? – ¿Has resuelto ya el rompecabezas? – Con las mujeres. Él no se fiaba de sus promesas y tenía motivos más que sobrados para hacerlo. – ¿Qué pasó exactamente? Conocía sus inquietudes, aspiraba a ser aceptado por ella y estaba dispuesto a esperar una eternidad hasta conseguir ganarse su confianza y aportarle la seguridad que sabía que ella necesitaba en aquellos momentos. Disfrutaron de un espléndido paseo en la ciudad mítica de Teotihuacán, «la Ciudad de los Dioses». – ¿Lo estarías tú si de pronto te vieras retenido en un país extraño, sin perspectivas de volver a casa y sin saber qué puede pasar mañana mismo? Estaba previsto probar lo dicho con la ayuda de una enorme cantidad de pruebas técnicas, declaraciones de expertos y de testigos, y antes de que todo terminase, tanto los miembros del jurado como todos los demás estarían tan convencidos de la culpabilidad del acusado que la conclusión del tribunal sólo podría ser una: culpable. No tienes adónde ir, ningún sitio al que acudir en busca de consuelo… aunque sí, hay un sitio. Era una mujer reservada, a veces incluso antipática, pero Elena necesitaba su valiosa información y tenía que abordarla otra vez. – Sí, hoy no ha sido uno de mis mejores días. – Pues… la señorita Bellevue y los bedeles. – Quería darte personalmente mis felicitaciones. La lluvia golpeaba los grandes ventanales en la planta número cuarenta de la torre de cristal. Permaneció en la penumbra observándola, oculto tras una columna; después la siguió hasta el dormitorio, abrió la puerta y encendió la luz para contemplarla con más claridad. Pensé que era algo que pasaría… algo que seríamos capaces de resolver nosotros mismos poco a poco. Dicha cadena era a su vez accionista de otra ubicada en territorio mexicano, Veracruz Hoteles, cuyo presidente y ahora rival, Sergio Alcántara, ignoraba que iba a ser destituido y despojado de su propiedad. – Sí. El más bajo constataba. -preguntó-. Y no dije tantas mentiras -dijo volviendo también su rostro hacia él-. No le gustaba la idea. En el camino de vuelta Elena se detuvo junto a una pequeña puerta situada en la parte trasera de la capilla. -preguntó Münster. De pie, dando la espalda al cortante viento, se fumó un cigarrillo. – ¡Señora! La condujo hacia la habitación donde estuvo encerrada los primeros días de su llegada y se despidió con un frío «buenas tardes». -dijo Van Veeteren haciendo una cruz con dos palillos usados en la carpeta del escritorio. Especialmente si no se tragaba el humo. – En algunos casos, solo en uno. – Vamos a marcharnos unos días a Acapulco. Mitter fue asesinado mucho más tarde. Fueron unos pescadores quienes le sacaron en una caleta… se había desplazado con las corrientes casi tres kilómetros. ¡Yo he sido lesbiana desde que tenía diecisiete años! Por esa razón consideró una humillación el conocer que el autor del crimen había sido un miserable mozo de cuadras empleado en la hacienda, y convirtió su captura en una cuestión de honor para él y toda su clase social. Aquella misma madrugada, Antonio despertó y halló en la cama el lado de Elena vacío. – … Fuimos a la cocina y empezamos a cenar…, – No sé. Antonio la observaba divertido mientras ella peleaba contra las ramas de aquel sauce llorón, que llegaban hasta el suelo y ocultaban en su interior un improvisado hueco circular y diáfano, a salvo de miradas ajenas. – Está en la cárcel de Castellón -dijo ignorando su pregunta-. Durante mucho tiempo creyó escuchar, sentada ante la máquina de coser, aquel «¿mamá?» con el que Rafael la reclamaba al llegar a casa, e impulsivamente miraba hacia la puerta como antes, esperando verle entrar sonriente y recibir de él un beso en la mejilla. ¿Qué significaba eso? – Mi padre se llamaba Rafael Peralta Ramos. – ¿Y por qué tanto empeño por ellos? – De cuatro -dijo Van Veeteren-. ¿Sabía dónde se escondía? La señora… creo que quiere regresar a su país. Lo preparaste todo para ayudarle a escapar. – Con tu asesino, claro está. En cualquier momento podía decidir volverse completamente normal, era un acto de voluntad, nada más… elegir la más fina, la más resistente y la más gris de todas las mareas de pensamientos y aferrarse a ella firmemente como un sacerdote ciego. – Te he dado mi palabra -respondió abriendo la puerta y saliendo tras ella. ¿Me permitís un par de consejos? Tú no le gustabas…. – Estos documentos, junto con tu pasaporte, serían entregados personalmente en la embajada por el jefe de la Policía de Ciudad de México, quien daría fe de que lo has firmado en su presencia. Se convenció de que su rumbo estaba ya trazado. Van Veeteren casi deseaba haber tenido la posibilidad de encerrarle en un calabozo esa noche y emprender la siguiente cuestión por la mañana; eso hubiera facilitado el paso de una cosa a otra. Elena seguía rodeando su cuello y le acarició la nuca, enredando los dedos en su pelo lacio y oscuro. Pero esta noche debía haber sido la decisiva. -preguntó Münster. En todo caso no estaba muy en forma para desempeñar una cátedra…. – De ninguna manera -insistió mientras abría la puerta del todoterreno para que subiera-. – No, estaba cansada, no he dormido bien esta noche. – ¿No tiene usted paraguas? – ¿Y qué quieres de ellos? La foto en los titulares, quizá… como la del asesino del ministro hacía un par de años. -Le dirigió una extraña mirada. – ¿Te lo hizo él? – Sí, coincide bastante bien. Vivía enclaustrada, aquejada de fuertes jaquecas provocadas por las resacas de sus pecados nocturnos y observando cómo el mundo comenzaba a girar en otra dirección. Me has tratado como a una cualquiera y me has encerrado durante días como si fuera una esclava ¿Crees que voy a aceptar todo esto con una sonrisa? Es un zorro viejo y sabe que le persigues. ¡Es usted! Me resulta difícil pensar… realmente difícil…. Me dijo Lucía que estabas aquí. Caminaron en silencio durante un buen rato, rodeando los establos y continuando en línea recta por la parte trasera. Dame su número ahora mismo… y métele el fax en el culo a Hiller. Vacía y al rojo vivo. Pero daba igual. Tras darse cuenta de esos hechos, vomitó de nuevo, esta vez en la taza del retrete. La alegría tan cuidadosamente manifestada le heló la sangre, pero hizo como le pedía. No, mi niña. Trinidad tropezó en la escalera huyendo de sus amenazas y al caer se rompió el cuello. Era de madrugada cuando Antonio oyó sus gritos en la habitación contigua y acudió veloz. Yo espero aquí. Hay una inevitabilidad en ello desde el principio… ya sabes que el incesto era considerado como uno de los peores crímenes que podían cometerse. – No… ¿quiere hacer el favor de dejar de hacer la misma pregunta todo el tiempo? ¿Es bonita la chamaca? Su esposa le engañó, y él tenía archivos sonoros y fotográficos de todos sus pecados. -gritó Münster cuando salían-. Ese hombre me llenó la cabeza de mentiras, solo quería perjudicarte…. – Sí -dijo Van Veeteren-. No había prisa… podía permitirse esperar y ver cómo se desarrollaba todo. – A las siete y media -dijo la señorita Bellevue-. Lograron sobrevivir confeccionando alpargatas y demás útiles de uso común para la gente del pueblo, y esporádicamente fabricaba alguna fabulosa silla de charro de gala como antaño, aunque los clientes habían desaparecido con la misma facilidad que décadas antes habían llenado el cuaderno de pedidos. Claro que no era lo que se dice un paseo, pero eso tampoco se lo había imaginado nunca. Señores, debemos celebrar la valía de nuestro presidente, un auténtico mago de las finanzas. Y luego pensó en Mitter. ¡Estamos en guerra! A excepción del aparato de televisión no había mucho que se hubiera añadido desde los años cincuenta. – El cuidador ese… recibe la carta exactamente a las dos y cinco. – Toma -dijo quitándose de la muñeca un valioso brazalete de platino y diamantes en forma de zigzag. El paciente está dispuesto a jurar que era un hombre vestido de mujer… los demás no están seguros. -Elena se encogió de hombros y contempló, divertida, su impaciencia. – Hazlo tú -replicó mientras se levantaba y la dejaba sola. Antonio la condujo en silencio al piso superior. Acabará destrozándole la vida. – Bien -respondió bajando sus ojos con timidez. Son las cinco y tres minutos…, la conferencia de prensa es a las seis en punto y hay que estar preparado. – Y ahora vas a dormir, Elena. Tenía curiosidad por conocer cuáles eran sus sentimientos hacia su ex mujer y, sobre todo, qué sentía hacia ella misma. Pues no te saldrás con la tuya. Ferrati dejó pasar unos segundos antes de seguir. Había acordado con el jefe de la Policía un dispositivo de vigilancia y esperó paciente unos largos minutos hasta convencerse de que Elena no tenía intención de escapar; después salió con dos magníficos ejemplares para montar. Tal vez durante unos segundos se arrepintió de haber aceptado la invitación. Yo sueño casi todos los días. Al fin se fundieron en un fuerte abrazo, emocionados y contagiados por el llanto. Será usted procesado por los asesinatos de Eva Ringmar el 5 de octubre, de Janek Mitter el 22 de noviembre y de Elizabeth Hennan el 30 de noviembre. Con el tiempo consigue incluso un trabajo en el mismo instituto. Tenía la lengua empotrada en el paladar reblandecido. – ¿Es así como se saludan los amigos en México? ¿No dije que tenían que estar todos aquí a las cinco? – Bellevue, eso es. ¿Y dónde le has visto? Se trata de un hijo de puta de más calibre. – ¿Se ha tomado la molestia de seguirme e investigarme solo para emponzoñar nuestra relación? No dispongo de mucho tiempo. Justo cuando estaba a punto de irse a la cama, telefoneó Renate para decir que no parecía una idea especialmente buena la de que volvieran a reanudar su relación. Su cuerpo pegado al de Antonio le transmitió el deseo de él de poseerla allí mismo, y Elena dejó de pensar en nada que no fuera la fuerte atracción que sentía hacia él. – Tengo aquí un dato del 22 de septiembre, es pues de quince días antes del asesinato. Y a él le obsesionaba aquella obcecada reserva, aquella coraza que se alzaba entre ellos como un muro inexpugnable que le impedía acceder a ella sin su consentimiento; le urgía conocer el alcance de su memoria. Y no volveré a ponerte a prueba. -preguntó sentándose en la cama frente a ella. Su silencio se interpretará como que está ocultando algo. Rooth sacó el pañuelo del bolsillo, pero se quedó sentado con él en la mano. – Se estableció en Canadá. -preguntó indignado. ¿Por qué no sigues todo derecho, Münster? ¡Vamos a mi casa primero! Abrió los ojos y tropezó con los de Antonio, que la examinaban fijamente. – Eso está bien, Münster -dijo Van Veeteren estrechándole la mano-. Era eso lo que resultaba tan raro. – Medio año después que Rolf. – ¿Por qué? Luego un motel y una cama. Su instinto le decía que había algo extraño entre los muros de aquella casa; eran secretos que flotaban en el ambiente, tan densos que a veces parecía rozarlos. – Porque la he visto en una foto.
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